miércoles, noviembre 30, 2016


Pentagrama desde el vacío



   Desoladas, colgadas frente al vacío, aguantando el frío y el viento, empapadas… sujetando con la fuerza de sus tensadas mandíbulas la pesada ropa mojada, las sábanas y la ropa interior (las que aún revelan efluvios humanos), las plantillas de las alpargatas, la lana engordada o los trapos de la cocina. 
   Con su duro trabajo mantienen las prendas hasta que una vez secas son recogidas sin demora o simplemente se olvidan bajo la lluvia, durante días, durante noches.
   Pinzas de terraza que se juegan la vida, que mueren atropelladas o quedan naufragadas sobre alguna tórrida cornisa, y pinzas de huerto que se pierden en la verde flora de primavera. Son estas luchadoras silenciosas y conformistas que saben de su importante labor, que reconocen que aún pueden pasar a mejor vida si son elegidas para pinzas de sisi; trabajo más liviano este y que alterna el calor tibio del sol con el de la estufa.
   Presuntuosas pinzas de sisi que se quejan sin consideración por sus hermanas de fuera, de su efímera existencia dentro del hogar si son escogidas para los juegos del cachorro humano, que miran de soslayo a esas otras pinzas de clase alta, esas que sujetan las bolsitas de frutos secos, los paquetillos de pipas empezados, el maíz de las palomitas o las sopas instantáneas que, una vez abiertas, se secan sin remedio. 
   Estas últimas, felices de su dicha, no saben que de ahí sólo hay un paso al fin… ninguna de estas aristócratas pinzas de cocina salió triunfante de ese electrodoméstico que ruge cuando le parece, la que te empolva de invierno. Esa helada y oscura nevera que guarda tantas bolsas de verduras abiertas con los dientes... esa que no conoce aún las bolsas Zip con autocierre...

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