Pentagrama desde el vacío
Desoladas, colgadas frente al
vacío, aguantando el frío y el viento, empapadas… sujetando con la fuerza de
sus tensadas mandíbulas la pesada ropa
mojada, las sábanas y la ropa interior (las que aún revelan efluvios humanos), las
plantillas de las alpargatas, la lana engordada o los trapos de la cocina.
Con
su duro trabajo mantienen las prendas hasta que una vez secas son recogidas
sin demora o simplemente se olvidan bajo la lluvia, durante días, durante noches.
Pinzas de terraza que se
juegan la vida, que mueren atropelladas o quedan naufragadas sobre alguna tórrida cornisa, y
pinzas de huerto que se pierden en la verde flora de primavera. Son estas luchadoras
silenciosas y conformistas que saben de su importante labor, que reconocen que
aún pueden pasar a mejor vida si son elegidas para pinzas de sisi; trabajo más
liviano este y que alterna el calor tibio del sol con el de la estufa.
Presuntuosas pinzas
de sisi que se quejan sin consideración por sus hermanas de fuera, de su
efímera existencia dentro del hogar si son escogidas para los juegos del
cachorro humano, que miran de soslayo a esas otras pinzas de clase alta, esas
que sujetan las bolsitas de frutos secos, los paquetillos de pipas empezados,
el maíz de las palomitas o las sopas instantáneas que, una vez abiertas, se
secan sin remedio.
Estas últimas, felices de su dicha, no saben que de ahí
sólo hay un paso al fin… ninguna de estas aristócratas pinzas de cocina salió
triunfante de ese electrodoméstico que ruge cuando le parece, la que te empolva de invierno. Esa helada y
oscura nevera que guarda tantas bolsas de verduras abiertas con los dientes... esa que no conoce aún las bolsas Zip con autocierre...