Sólo cuando uno aprende a quedarse en la total intemperie, sin techo que
le proteja del cosmos inmenso, sin paredes que le resguarden de los
vientos, sin refugio alguno; sólo cuando uno renuncia a poder disponer
de un cercado donde sentirse menos insignificante en el vasto espacio;
sólo cuando, con los años, uno aprende a no esperar que la verdad tenga
un rostro delimitado y próximo; sólo cuando se ha aprendido, por fin, a
no intentar, de mil maneras, salvarse; sólo entonces, la verdad es
inhóspita pero profundamente hospitalaria; despiadada como la inmensidad
pero acogedora como una amante; vacía como un abismo pero haciéndose
sentir con una presencia plena y cálida.